miércoles, 22 de enero de 2014

El retablo animado, anatomía del enigma

Este texto es una serie de reflexiones, anotaciones, que acompañan un trabajo de filmación del espacio público, desde la  la lectura del capítulo cinco:  “el secreto y la sociedad secreta” de Georg Simmel.  La intención ha sido dar un primer paso, atreverme a apuntar una tentativa de cómo aparece el enigma en la experiencia del espacio público y cómo también la constituye. El enigma entendido como una variación o una intensidad del secreto.

Como anuncio en el título esto no es más que un cuaderno de trabajo, incompleto, frágil e inestable. Este documento debiera aparecer con tachones, referencias en los márgenes, también con signos de interrogación. … Como digo, aquí se apunta algo...

Conocemos el lugar (sentido figurado) donde producen y se llevan a cabo las formas de sociabilidad basadas en la confianza, el mutuo acuerdo. En éstas, el secreto y la mentira, son tácticas necesarias que estructuran y configuran nuestra vida social y nuestra representación del “otro”, los otros “conocidos”.
Pero voy ha detenerme en otra intensidad, la que se da cuando sólo tenemos la imagen del otro y la nuestra en un escenario común. Es entonces cuando el ojo se convierte en un órgano guía,  pincel, mano y  bisturí que resigue y recorta lo que está alrededor,  ahí fuera.  El que compone la escena.  
El ejercicio es mirar y un sinfín de variaciones: focalizar la mirada o dejarla suspendida, dejar arrastrarse el ojo por algo que se mueve ahí fuera,  mirar y no ver, hacer ver que no miramos y ver, mirar y ver intencionadamente… El gesto que inicia el ojo y que afecta automáticamente al cuerpo entero construye todo una gramática del mirar, un repertorio del espacio donde nos encontramos. En situaciones así, más que el secreto, lo que articula, estructura y mueve este espacio dramático y sus relaciones es el enigma.

El enigma establece unas coordenadas, distancias e intensidades entre los que participan del espacio público. Al mismo tiempo, el enigma está por todas partes y aparece de la mano de un extrañamiento a lo “brechtiano”. En la experiencia del espacio público este efecto de “distanciamiento” produce algo paradójico, un efecto simultáneo y desconcertante: por momentos nos ofrece imágenes reveladoras, que trascienden la intención y el control de quien nos las ofrece,   flashes que son bocados de “realidad”  estables y de corta duración ( que nos remiten más allá de estereotipos y carácteres fijos). De esta manera podemos estar observando el gesto de una anciana retocándose el peinado, ejecutado desde una energía juvenil, casi sexual  que nos informa de lo que fue y lo que quizás sigue siendo a pesar de su cuerpo y el tiempo, su apariencia). Al mismo tiempo y casi a la vez, segundos después, esta ilusión de que algo se ha revelado se desvanece y  vuelve la ambigüedad. Es entonces cuando no podemos estar seguros de nada, cuando todo “parece que”, cuando todo es insinuación. Ahora los significados son borrosos, líquidos, sin forma. Esta dinámica pendular que nos propone el enigma, da profundidad a la superficie y nos enseña a mirar y entender esta dialéctica entre la forma y el fondo, entre el significado y el significante. De esta manera podemos intuir la resistencia o el carácter móvil y dinámico en el que se inscribe al vida social en el espacio público. 

En la arena del espacio público, si estamos atentos a la dinámica del enigma descrita arriba, el quietismo del lenguaje que fija y etiqueta a el “otro” se relativiza. Conceptos como “inmigrante”, “extranjero”, “turista”, se diluyen o se nos escapan si intentamos enmarcarlos.  Aquí estamos ante una realidad y su profundidad inagotable.

En esta espacio dramático de múltiples narradores, de capas que interactúan simultáneamente, textual, visual, musical, coreográfica…cardíaca, nos convertimos todos en  la heroína o el héroe trágico desprovistos de acción* (en el sentido aristotélico del término). El enigma construye una dramatúrgia de luces y sombras, de significados resvaladizos e inestables. Sabemos que la anagnórisis (reconocimiento), parte fundamental que estructura la acción en la tragedia griega, nunca llegará ( Edipo se quedaría sin reconocer a su verdadera madre). Estamos inscritos en una trama de lo insípido, por donde se entrevé de vez en cuando la posibilidad de que algo ocurra, se revele algo, o que algo suceda ( intuimos que algo a estado a punto de ocurrir en el paso lento de alguien al cruzar el lugar, en el gesto repentino del de ahí atrás, en el quietismo de quien mira y no espera nada), pero donde nunca pasa nada (la acción* queda siempre aplazada). El enigma se mantiene y potencia en un marco así, donde nada es conclusión, tampoco resultado.
Creadores de escena y espectadores a la vez actuamos en la superficie y con lo superficial: el cuerpo, el gesto, el vestido, el adorno y el recorrido. Estos elementos configuran el enigma.  Estamos en el terreno de lo equívoco, lo ambiguo, de las apariciones (frágiles y subjetivas) y es ahí donde queremos estar. Lo que nos pasa en escenarios así  es que  aparecemos , en el sentido literal del término  para  “parecer”, y de pronto  desaparecemos, en el sentido literal también. Existe la posibilidad de desaparecer sin dejar de aparecer, de estar ahí.   Y es que la forma de ocultación y exposición se ejercen mutuamente como un número de magia sutil y sorprendente. Podemos  así encarnar diferentes actitudes, intenciones, máscaras, que se mueven y manifiestan en escalas casi microscópicas.

Entonces desde lo visible, lo patente, lo sensual (pienso también aquí en los ritmos, cadencias, acentos, calidades, volúmenes, tonos)  es desde donde se construye lo enigmático, como lo hipnótico… Desde todos  estos elementos y complementos, estas microsociedades aparentemente silenciosas (el lenguaje queda en un “fuera de campo”), se expresan. 
Es también a través de la mirada y de la observación donde ejercemos el privilegio, de desprendernos de nosotros mismos, de confundirnos  con la imagen del  “otro”. Salirse, confundirse, mimetizarse, para después volver a uno mismo, a entrar, (si estamos de acuerdo que esto es posible). Como una desposesión de uno mismo, para después volvernos a poseer.
Mirar puede ser también un ejercició de reflexión: chocamos la visión contra algo y desde ahí la rebotarmos hacia nosotros (como diría Merleau Ponty); reflexionar sería como revelarse a sí mismo al reflejarse desde algo o desde el “otro”.

Toda esta situación tiene algo de liturgia, convirtiendo el espacio público en un lugar sagrado para  el culto que se produce desde lo superficial y en un solo acto: el desfile continuado de cuerpos y sus adornos. Un largo plano secuencia muy “berlangiano”, donde cada uno de nosotros dirige y configura la dramaturgia del lugar, desde estas coordenadas de la hiperdiscreción. 
El enigma, es el leiv motiv que agrupa a todos ellas porque  estamos en el terreno de la ilusión, del deseo, de lo imaginado.  Cada uno de nosotros somos sin más, una suma de astros medios eclipsados en una realidad puesta entre paréntesis. 
El resultado es un relato donde nunca pasa nada, un realto cíclico, donde la acción siempre queda suspendida. Lo que presenciamos es una serie infinita de máscaras  “desde donde parece que…”. Vemos una y otra vez, la anatomía del enigma, que configura un lugar donde todo es posible, aunque casi nunca pase nada.